
Te apuesto todas las estrellas de tu ropero,
mi colección favorita de momentos oscuros,
la melodía azul de tu encantamiento,
la niña rubia que fuiste en otras pupilas,
todos los segundos que te he soñado acostada, aquí, larguísima,
los grandes animales de mi deseo sueltos por tu lecho,
el ala confusa de tus capítulos abandonados,
los días bellos y vanos y los verdaderos,
el azúcar bermejo de tu vientre acantonado,
la memoria que inventé,
el tiempo redondo que se aleja despeinado,
el alabastro de tu pose cenicienta,
el sol de tu lencería degustando tu piel,
tus violetas rosadas transpiradas en mis dedos,
el disco luminoso de tu teta izquierda,
las noches en las que yo dormía en paz,
el color de tus astros sexuales,
el recuerdo de la primera vez que me detuve a mirarte.
Te apuesto el último pétalo de tu margarita,
tu sonrisa en mi cama deshecha,
los poemas más negros con tu rostro,
tus labios bajando por el llano de mi ombligo,
el tornasol entre el hecho y la actualidad,
la sodomía y el relámpago,
tu nombre en la pared de mi celda,
todo esto le apuesto a tus labios.
Mis castillos de arena, mis tigres de papel.
Los dedos que le faltan a tu mano,
las agridulces fallas del sistema,
los días que no, las noches que sí.
El que pierde paga el incendio.